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El valor de no traicionarte: Coherencia o muerte artística.

December 06, 2025

Cuenta la historia que, en la antigua Grecia, un escultor llamado Aristeas recibió un encargo tentador de un político muy influyente. El político quería una estatua que lo representara como un héroe, fuerte, perfecto y casi divino. Quería pagarle una fortuna.

Aristeas aceptó el encargo, pero con una condición:

—Si voy a esculpirte, te esculpiré como eres. Sin adornos. Sin mentiras.

El político se rió.

—¿A quién le importa la verdad? Quiero que me inmortalices como un héroe. Para eso te pago.

Aristeas estuvo varias noches sin dormir. El dinero resolvía todos sus problemas. Podría mantener su taller, pagar a sus aprendices, vivir cómodo. Pero cada vez que empezaba a dibujar bocetos “mejorados”, algo dentro de él se rompía. Sabía que si hacía esa estatua falsa, cada persona que la viera lo relacionaría con una mentira. Cada golpe de cincel sería un recordatorio de que había traicionado lo único que tenía realmente suyo: su criterio. Así que tomó una decisión. Dejó el encargo. Renunció al dinero. Y esculpió otra pieza: una figura humana llena de imperfecciones, de arrugas, de gestos reales. Una obra honesta. La gente no entendió nada al principio. La juzgaban extraña, poco “heroica”. Pero con el tiempo empezó a ganar respeto. Porque había verdad. Y la verdad, tarde o temprano, pesa más que cualquier tendencia.

Hay días en los que las subidas y bajadas emocionales te atraviesan como quieren. Y según cómo estés, las llevas mejor o las llevas fatal. Lo difícil es gestionar la incertidumbre cuando ya vienes cansado mentalmente. Ahí hace falta mucha presencia, calma y no dejar que la desesperación te arrastre.

Y justo en ese punto, intentando buscar soluciones para avanzar sin morir en el intento, aparece el dilema de siempre:

“¿Y si me hago algo más mainstream, más comercial, más acorde con la moda del momento?”

La respuesta es simple: sí, podría hacerlo. Pero cada vez que lo pienso siento que me estaría traicionando. Podría crear lo que algunos esperan de mí, cosas que encajarían mejor en el gusto del coleccionista más clásico o del comprador que sigue las tendencias. Pero ese debate llega como una tormenta inesperada, como el conejo que cruza la carretera a las tres de la mañana. Un reflejo de supervivencia, supongo. Y aun así, siempre vuelvo al mismo sitio, como quien cae en un saco de plumas caliente: no puedo crear desde ahí. No sé, ni quiero, trabajar con la mentalidad de “voy a hacer esto porque se vende”. Mi arte es lo que soy. Es una prolongación de mi cabeza, mis vivencias, mi mundo. Si empiezo a crear desde un objetivo puramente comercial, corro el riesgo de contaminar algo que para mí es sagrado.

Así que la conclusión es clara: no cambies lo que creas por dinero. Porque todo lo que nazca de ese sitio estará desconectado de tu verdad y de lo que quieres contar realmente. Y aun dentro de esa convicción, explorar es válido siempre que no toque la raíz. Puedes ajustar enfoques, probar caminos nuevos o ampliar horizontes si lo sientes necesario, pero sin deformar tu lenguaje ni sacrificar lo que te define. No para gustar, no para encajar, sino para profundizar más en tu forma de crear y encontrar conexiones auténticas con quien realmente resuene contigo. Si eso no ocurre, no pasa nada: la naturaleza del que crea es la que es, y no todos los caminos son compatibles con nuestra esencia.

Los artistas que de verdad están comprometidos con su obra tienen la responsabilidad de mantenerse lo más cerca posible de sus valores. De proteger esa coherencia que hace que exista un vínculo real entre mente y materia. Solo desde ahí podemos mostrar algo auténtico, aunque para muchos esté fuera de los cánones o lo consideren “menos” dentro del mercado del arte.

Al final, lo más valioso de un artista no es su obra. Es su capacidad de mantenerse fiel a su visión sin dejar que nada externo lo corrompa. Y eso, créeme, no es nada fácil. Solo el compromiso real te permite distinguir entre lo correcto y lo que te destruye.

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