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Espero que te equivoques

September 06, 2025

9 de la mañana. Me levanto. Estoy en una ciudad lejana. Otro continente, otro país, otra cultura. Tengo 10 días para pintar un mural de 40 metros de largo por 8 de alto. Agarro mi proyector. Espero a que anochezca. Preparo todos mis bártulos: cables, elevadores, latas, caps, música… y al lío. En tres horas el diseño ya está marcado en la pared, listo para que al día siguiente pueda empezar a darle las bases y los volúmenes.

Pero no. Un momento. Retrocedamos.

Son las 9 de la mañana. Me levanto, me dirijo al muro y empiezo a marcar. Sube a la grúa. Marca un poco. Baja de la grúa. Aléjate. Mira. Está bien. Sigue. Vuelve a subir. Marca otro poco. Muévete a la derecha. Marca otro poco más. Sube. Baja. Marca. Aléjate. Mierda, está mal. Borra. Vuelve a subir. Vuelve a repetir. Sube. Baja. Y así durante horas. Después de un par de días, termino de marcar. Estoy cansado, agotado.

Entonces me pregunto: ¿qué sentido tiene? Si tengo una herramienta que me puede ahorrar todo ese tiempo y esfuerzo, cuando realmente lo necesito y tengo plazos que cumplir, ¿qué sentido tiene que la rechace? ¿De verdad debo perder dos días de trabajo solo para sentirme más “auténtico”? ¿Para que alguien diga que soy más “real”, o que sigo siendo “graffiti”?

Y ahí está el punto: el purismo.

El purismo es esa obsesión por mantener unas normas rígidas, como si un movimiento artístico o cultural tuviera que quedarse congelado en un tiempo y un espacio concretos. Es la idea de que “solo hay una manera válida de hacer las cosas” y todo lo que se salga de ahí deja de ser auténtico. Muchos de estos puristas tienen manía a cualquier cosa que suene a evolución: el proyector, la IA, pinchar con CDs en vez de vinilos, pintar en lienzos en vez de trenes… Y no solo en el graffiti o el hip-hop: si escuchas tecno ya no eres hip-hop, si vistes de cierta manera entonces “eres asá”, si escuchas esto “eres lo otro”. Blablablá, blibliblí.

Yo también fui purista en algún momento. Me pillé defendiendo que si el graffiti era “esto y nada más”, que el break era “de esta forma y no de otra”, que un DJ tenía que pinchar con vinilo porque hacerlo con CD no era auténtico… En fin, también estuve ahí. Por suerte salí rápido, porque entendí que ese no era el camino. Para mí, lo que realmente importa es cómo cada individuo experimenta, prueba y desarrolla su propio lenguaje, su estilo. Eso es lo que tiene valor. Lo demás es solo ejecución. Hazlo tú mismo, hazlo como tú ves. Al final lo que hablará por ti siempre será tu trabajo.

Si tu pieza es una mierda, será una mierda aunque la hagas “a mano limpia” y siguiendo los códigos más rígidos del purismo. Y si está bien hecha, inspira y aporta, ¿qué más da con qué herramienta se haya hecho? (Y me voy a abstener de hablar de los envidiosos, porque ese es otro tema). Si nos ponemos exquisitos, entonces lo “auténtico” sería pintar con sprays y caps de finales de los setenta. O incluso limitarse a pintar únicamente en trenes, porque según algunos “ese era el verdadero graffiti”. He escuchado ya tantas versiones distintas de esa historia que al final me pierdo. Y la verdad, hoy en día, me importa bastante poco.

Yo mismo al principio sentía rechazo hacia los que usaban proyector. Lo mismo me pasó con la IA. Y lo mismo viví en el mundo del DJing: aquel rechazo hacia los que pinchaban con CD en vez de vinilo. Todo venía del mismo lugar: esa sensación de que “esto no es real”. Pero con los años entendí algo más importante: no solo mejoré como pintor, también aprendí a dejar de lado mis prejuicios. Y comprendí que hay cosas mucho más relevantes que andar vigilando si alguien cumple o no con unos códigos que para algunos parecen intocables.

Porque claro, según ellos, si no cumples esos códigos no puedes llamarte de cierta forma, ni ganarte el derecho a llevar esa etiqueta. Por ejemplo, “grafitero”. Y, sinceramente, cada vez que escucho a algunos defendiendo esas posturas, siento que me alejo más de lo que hoy en día se hace llamar graffiti. El graffiti de donde yo vengo no tiene nada que ver con lo de ahora. Lo que me aleja no son las diferencias de opinión —eso es normal—, sino la gente que se cree con la potestad de lanzar un veredicto: “Esto es así, y si no es así, estás equivocado”.

Y pienso: para mí, las personas inteligentes son las que aprenden de todo y de todos. Luego están las que aprenden de sus experiencias. Y por último están los que creen que tienen siempre la razón. Para mí, estos son los menos inteligentes de todos. Pero bueno, cada uno va a su ritmo. No todos venimos del mismo sitio, ni hemos tenido las mismas experiencias de vida. Lo que sí es cierto es que, en el fondo, lo único que hay detrás de esa actitud es miedo. Miedo a no encajar. Miedo a ser rechazado por tu propio círculo por pensar distinto. En fin, otro gran temazo.

Lo que a mí me encanta, y lo digo de corazón, es compartir mis experiencias con el mundo. Y para eso las redes sociales son increíbles. Sí, editar vídeos y crear contenido es tedioso y consume muchísimo tiempo si quieres hacerlo bien. Pero me sale natural, necesito hacerlo. Cuando aprendo algo nuevo, lo comparto.

El caso es que me gusta compartir. Me gusta experimentar. Me gusta equivocarme.

FALLA. EQUIVÓCATE. EQUIVÓCATE TODO LO QUE PUEDAS.

Pero, por favor: no te quedes en el victimismo. Mira qué puedes aprender, hacia dónde puedes evolucionar.

Ese es el camino. Al menos, el mío. Hoy.

Mañana ya veremos.

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